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LA CORDURA DE LOS IDIOTAS

DEAD END

Tomé conciencia de donde me encontraba ya tarde para excusas. Creo que fue mi idiosincrasia adictiva la que puso en alerta a mis sentidos, cayendo en la cuenta de la falta de tóxicos para paliar las próximas horas de abstinencia.

En torno a mí, individuos ocupados en sus tareas, organizados en grupos reducidos, disfrutaban de la conversación mientras trabajaban en un extraño ambiente de pervertida esencia, como empapados en gasolina, listos para arder en cualquier momento.

Caminé por una precaria senda de gravilla, la cual giraba cada cuatro o cinco metros en forma ascendente hacia una cumbre que no pude distinguir. Convergiendo con filas de hombres y mujeres atareados en sus labores, como si les fuera la vida en ello. Alguno, advertido por mi expresión, me animó a continuar. Mirase hacia donde mirase, veía gente en idéntica actitud. Incluso, lo más extraordinario quizás, fuese la sensación de que todos sabían de mi presencia y de mis debilidades, pues otro probó de sosegar mi desconcierto.

Agotado, me senté al lado del sendero, apoyando la espalda en un pequeño muro, frío como agua de río. Acalorado como estaba agradecí el contacto, aún advirtiendo por las ropas que los hechos transcurrieron en una estación invernal.

Levanté la vista hacia el grupo que trabajaba sentado sobre el mismo muro, me saludaron y preguntaron por mi salud, les devolví el saludo con la misma confianza, como amigos de toda la vida. Pregunté por las respuestas que ya conocía.

– ¿Llevas mucho tiempo aquí?

El tipo del bigote frondoso, flaco y jorobado, ojeras y pómulos afilados, se dio por aludido sin más.

– Unos cuantos meses.

– Y tú. – Me dirigí al de su lado.

– Igual. Unos meses. Un año casi.

– Yo llevo aquí año y medio.

– Yo, unos meses, también.

– Llega un punto que puede durar un día, una semana, un mes o un año. El tiempo es relativo.

Participaron los demás. Oteé en derredor para advertir los grupos más cercanos atentos a nuestra conversación.

– ¿Cuánta gente hay aquí? – Dije temiendo lo peor.

– No sé, somos bastantes. Muchos. ¿Tú lo sabes?

Preguntó uno a otro.

– No. Ni puta idea, pero somos muchos.

– Nunca se me había pasado por la cabeza. – Dijo una mujer madura, todavía atractiva, pero con una profunda tristeza en el rostro, como si se avergonzara de su belleza ultrajada.

– ¿El qué? – Exclamé – ¿Averiguar cuantas personas habitan este lugar? ¿Eso es lo que nunca te pasó por la cabeza?

La mujer enmudeció y de sus ojos brotaron lágrimas, un compañero posó su brazo sobre sus hombros observándome con recelo.

– Lo siento. – Intenté disculparme. – Me pareció increíble que ella no supiera, que ella.. – Sentí los ojos conjurados en mi contra. Por lo visto, ofendí su orgullo, el de todos.

– Sólo estás un poco nervioso. – Me advirtieron con cierto tono amenazador, girando la sartén con hábil ironía. – Aquí estarás bien.

Volví a mirar alrededor, como matojos secos sacudidos por el aire del desierto, así entendí aquellos grupos apilados de individuos, tipos sin determinar, de cuidadores enfermos y de enfermos que cuidaban a sus sanadores, de locos cuerdos y médicos descelebrados.

End Dead

End Dead

Caí con la noche, rendido, con los dolores mordisqueando las articulaciones, los vientos en las entrañas, los temblores en las articulaciones, la cólera en el corazón. Echado de costado, a la vera de la senda, protegido por un retazo amurallado, sentí que alguien me cubría con una manta sucia y maloliente, cuyo contacto me provocó más temblores, escalofríos y vómitos.

No había medico alguno, ni cuerdo ni sano, hacía ya tiempo que se había perdido el sentido jerárquico, convirtiendo la comunidad en un ovillo sin principio ni fin. No existían vigilantes ni vigilados, todo giraba en torno a un ciclo estúpido y absurdo, aunque sorprendentemente autoabastecido.

Una cima inasequible originaba la inercia. Una porción de población deficiente cumplía a la perfección con la misión, una rehabilitación, genética y social, sumamente organizada, del trabajo de la comunidad científica, quien, en su empeño por alcanzar una sociedad mejor, invirtió todos los esfuerzos, hasta conseguir este logro excepcional para la humanidad.

Criminales, drogadictos, homosexuales, fanáticos, extremistas, anormales, enfermos. Recluidos por voluntad propia, asumiendo el error de su existencia, identificados bajo el yugo de la culpabilidad y condenados a errar por una senda sin final.

Esta virtualidad de un mundo feliz, ha representado el mayor progreso en el estudio de la reeducación. En la actualidad, la comunidad científica internacional, sigue investigando en la misma dirección, anteponiendo como objetivo prioritario, la atracción por el suicidio colectivo.

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  1. 19/06/2009 7:28

    El hilo que separa la cordura de la locura, en mi opinión, es muy muy fino.
    Interesante relato e interesante foto.
    Interesante blog…

    Seguire curioseando por aqui, con tu permiso, porque cada dia encuentro cosas más y más interesantes…
    voy a decir interesante una vez mas por si no ha quedado claro o por si no me he repetido lo suficiente 🙂

    en la repetición está el enfasis, esa es mi excusa

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