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El ORFANATO AFRICANO

Estadisticas Bélicas e Infantiles

Estadísticas Bélicas e Infantiles

EL ORFANATO AFRICANO

Necesité de un sobresfuerzo mental para recapitular mis últimos pasos. Habiendo sido despertado a causa del rugido hambriento de las tripas, bajo la piedra que, ahora, apenas proyectaba sombra sobre el pequeño socavón.

Un poco de agua valió para refrescarme la cara y engañar al estómago. Miré a mi alrededor para contemplar una tierra estéril, olvidada por los dioses, triste y roja, muy roja. No ignoro la causa: la sangre derramada.

Bandas de bandidos musulmanes, fieros y crueles, atacan como depredadores y extorsionan las naves que transportan ayuda humanitaria para los pobres.

Eché un vistazo rápido hacia ambos lados del único camino a retomar. Quince kilómetros delimitados por hileras de guijarros, colonizados por peligrosos mosquitos y moscas (Entrenados por la CIA, creo), transitado y rondado por los revolucionarios del Comandante. ¿De qué guerra? ¿Qué Comandante? No sé qué guerra ni qué niño muerto. Pero, por la cuenta que me trae, tampoco ignoro a los revolucionarios en línea de fuego, negros de mi edad embriagados hasta las cejas. Tan ciegos como devastadores. Armados con fusiles y machetes. Siempre en avanzadilla de la tropa, prestos para matar y morir; pues a su paso, comprueban la existencia de las minas terrestres, evitando la mutilación de soldados más útiles y veteranos.

Huérfanos del sida secuestrados por los apóstoles del FRU, (Frente Revolucionario Unido), adoctrinados durante la noche, apostando el botín del sangriento combate, bebiendo y abusando del efecto de drogas alucinógenas. Desvirgados por sus adiestradores. Violados y violadores, juntos y revueltos en la misma calamitosa campaña.

Ejércitos de niños y adolescentes propagando el salvajismo a través del país, asesinando y mutilando, sin piedad, a civiles, mujeres y niños.

Recordé haber caminado la mitad del camino cuando sentí el intenso dolor de pies, asfixiado por el calor, corrí a refugiarme bajo la sombra de la piedra, donde un día, Kiette, una de mis tres hermanas, perdió la pierna derecha al pisar una mina mientras jugaba al corre y pilla. Todavía podía apreciarse la tierra quemada alrededor del hoyo.

Pensé que a nadie se le ocurriría volver a colocar otra bomba en el mismo sitio. Dicha teoría y la extraña forma adaptada por la piedra, ofrecían cierta seguridad durante la luz del día. Y según la hora, muy de agradecer, sombra fresca.

La casualidad quiso que, a los pocos minutos, un camión cargado de niños recién alistados (Mudos y aterrados), pasara de largo, escoltado por un jeep de combatientes armados.

Amagado bajo la piedra, esperé unos minutos sin mover un rizo, debía retomar mi misión con urgencia. En casa esperaba mí familia.

El sol estaba en lo más alto. Un buen momento para retomar la marcha. Cargado con las latas de agua, una a cada lado de la vara que sostenía sobre los hombros. No obstante, por mucho que apretara el calor, nunca se daban buenos momentos para retomar la marcha.

Jewel precisaba el agua para cocinar. Mamá continua enferma, a duras penas puede caminar. Las diarreas le absorben la poca vida de sus ojos mortecinos. Vomita lo poco que come. Siempre mareada y con fatigas.

Por estas razones, sabemos que la perderemos más pronto que tarde.

Jewel también se infectó, pero al ser la más fuerte y lista, se ocupa del resto de nosotros. Una vez al mes, viaja hasta Freetown para conseguir la medicación de una ONG europea.

Las ONG son muy populares entre la población. Algunas son una tapadera para los Señores de la Guerra, como Diamantes sin Fronteras, por ejemplo. Otras amagan adopciones ilegales, que traducido, sería Venta de Niños Secuestrados, ideal para limpiar conciencias civilizadas. Otras, negocian con la ayuda humanitaria robada. Con sus temporadas de rebajas y descuentos. Anunciándose por mercados y caminos, a través de altavoces adheridos a los todo-terrenos de combate.

Nuestra familia pertenece a la tribu Mende, que es una de las más influidas por las sociedades secretas, motivadas por los poderes sobrenaturales atribuidos a través de pócimas y cánticos (Como en Asterix y Obelix). La inaccesibilidad del interior y la creencia en la magia negra, explican el poder conjunto del FRU y el FNPL, ambos formados bajo el influjo de brujos y políticos corruptos.

Con esto quiero dejar constancia del alto índice de analfabetismo de la región y la fácil manipulación de los jefes de tribu, de más de veinte etnias diferentes.

Kiette pedía limosna a cambio de sus canciones en francés, a veces traía algo para comer. En Sierra Leona, una niña de nueve años valiéndose con una sola pierna no es una imagen extraordinaria. No quedará exagerado mencionar pues que, según donde, es cotidiana y hasta molesta.

Papá nos abandonó al enterarse de que mamá tenía el virus. Fue un acto estúpido, porque a los pocos días hallaron su cuerpo cosido a tiros. Jamás supimos quiénes fueron los culpables ni por qué le mataron, tampoco nos importo demasiado. Seguro que fue él quien infecto a mamá.

Ahmad, nuestro hermano menor, fue secuestrado y reclutado por el ejército para morir en su primera misión. Tenía nueve años. ¿Qué ejército? Cómo voy a saberlo. Soy un niño.

Si puse de manifiesto lo anterior fue a merced de las revistas y algún que otro periódico que Jewel se agencia en Freetown, para enseñarnos a leer y hablar en inglés. Nuestra lengua es el krio, pero Jewel vive empeñada en que el inglés nos ayudará, de algún modo, en un futuro.

También podría hablar durante horas sobre las estadísticas del sida o la malaria en África durante los últimos años. De nuevos fármacos o de la deuda externa con el resto de países (Que también ignoro lo qué es, pues no comprendo cómo siendo tan ricos somos tan pobres, con las minas de diamantes que el país posee, encima debamos dinero a nadie) Resumiendo, recito de memoria lo que leo sin llegar a concebirlo. El objetivo es aprender la lengua de nuestros viejos amitos, la Corona Británica.

Son las únicas noticias que llegan a nuestras manos, gracias al joven médico francés (de color) que trata directamente a Jewel.

Creo que Jewel está enamorada del médico. Porque cada vez que va a visitarle, regresa con una cara de idiota que le llega a los pies. Y luego pasa el tiempo canturreando, distraída con cualquier tontería.

Llevaba unos setecientos pasos cuando descubrí el jeep detenido a lo lejos. Mi primera reacción fue buscar refugio y poner el agua a buen recaudo.

Esperé alguna señal, pero tan siquiera oí voces. El vehículo estaba a un lado del camino con el motor parado. Mí osadía infantil, en tratos con la curiosidad que mata al gato, me impulsó a aproximarme un poco más. Agazapado detrás de un árbol caído, logré avistar a los rebeldes bajo las lonas que servían para protegerlos del sol. Cañones de fusil y hojas de machete reflejaban brillos juguetones en respuesta a la posición de los rayos solares. Pensé que quizás estuvieran dormidos; aturdidos por el intenso calor, decidieran tomarse un descanso y la morriña les pudiera, incluso con el que quedara de guardia (Un niño, posiblemente).

Tendría que esperar a que se marcharan o jugarme la piel intentando burlarlos.

Retorciéndome cual cobra escupidora, volví junto al agua.

Remojé los dedos para humedecerme la nuca, el pelo y la cara. Cuarenta y cuatro grados de temperatura no son fáciles de soportar, salvo para los insectos.

NIño Soldado

A razón del habitual fragor de los tiroteos y explosiones en la zona, los actos bélicos apenas alteraba nuestras vidas, sino para protegernos de las balas perdidas. Por lo cual, no presté atención al oír el eco de los disparos.

Inmediatamente fundí mi presencia con la tierra. Era el jeep que escoltaba al camión. Mi consecuente desasosiego vino con el emplazamiento del camión.

Alcancé captar el zumbido revoltoso de las moscas con nitidez. Ninguna otra onda en derredor. La guerra había agudizado mis oídos; siendo capaz de detectar el sonido que hacía la cola de un escorpión en medio del desierto.

Deslizándome sin respirar, logré situarme a la altura del jeep, si bien, a unos cien pies de distancia dirección este. Cogí aire y alcé la cabeza lentamente.

Otro de mis agudizados sentidos olió el pestazo de pólvora y carne quemada.

Ciertamente, estaban más muertos que mi abuela. Sin embargo, si no fuera por la sangre que iba cubriendo el suelo del vehículo, continuaban dando la impresión de seguir vivos. Compartiendo un baño, relajados y tranquilos, con una pierna acomodada por aquí y un brazo por allá. Las gorras sobre los rostros, los fusiles encima de sus cuerpos. No tuvieron tiempo para defenderse, tampoco lo hubo para la misericordia.

Una brisa, inaudita a estas horas del día, alertó mi sensor olfativo. Más pólvora y humo de fuego.

El camión se hallaba a unos doscientos metros aproximadamente, fuera del camino, boca bajo. Circunvalado de muñecos rotos con regueros de sangre escapando de las heridas abiertas.

Advertí, para una efímera alegría, que faltaban la mayoría de niños. Varias preposiciones se revelaron en mi sesera. ¿Quién, cómo, para, qué? ¿Huyeron? ¿Los secuestraron para reclutarlos? ¿Para liberarlos? ¿Violarlos? ¿Salvarlos?

¿Cuánto tardarían en notar su ausencia? ¿Cuándo vendrían a certificar la emboscada?

Tal vez iniciaran un safari, un barrido de la zona; en tal caso mi vida corría peligro. Pero, ¿Quiénes? ¿De qué bando? ¿Bandidos? ¿Rebeldes? ¿Paramilitares? ¿Mercenarios extranjeros? ¿Negros? ¿Blancos?

Regresé a hurtadillas hasta las latas de agua. A unos cien pasos del lugar, una imagen golpeó mi sentido común dejándolo completamente aturdido. La reacción al efecto.

Un niño hacía pipí apuntando contra un Sangre-Ciruelo quemado y negro (Árbol frutal). No me sorprendí por el riesgo que entrañaba el desahogo orgánico en aquellos momentos, ni por el lugar escogido. Sin lugar a dudas era uno de los niños huidos que transportaba el camión. Lo que dejó estupefactos a mis cinco, o seis, sentidos, fue que aquel africano jovencito era yo.

Los Ojos de la Guerra

Los Ojos de la Guerra

Primero razoné la casualidad de una hermandad de progenitores desconocidos, después culpé al traicionero sol; al final, de las pocas posibles hipótesis que barajé, creí ser producto de un maleficio. Seguro, algún hechicero señor de la guerra había maldito mi espíritu.

Sin embargo, mi escepticismo natural rápidamente descartó esta posibilidad, llegando a otra conclusión más apropiada; soñaba.

Existir dentro del sueño me envalentonó, así que, relajando la guardia, grité a mi homólogo.

– Hey, negro. ¿Qué haces aquí?

– Hay que ser bien tonto para no verlo, ¿No crees?

Era tan desvergonzado como yo, a la hora de hablar.

– Ya que eres tan listo, a ver si puedes responder a esto. ¿Por qué estoy hablando conmigo mismo mientras hago pipí?

– Eres tú quien lo pregunta.

Ceñí el entrecejo y me rasqué la cabeza, tenía sentido, era yo quien hablaba. Busqué una estrategia para conseguir descifrar el mensaje.

– Bien. Diré, a través tuyo, lo que quiero saber. Y lo hare sin interrumpirme con ingeniosos comentarios.

– Bien – Respondió de inmediato – Antes de terminar el pipí moriré. Apenas dispongo de tiempo. Soy tu anticipación, un desdoblamiento dimensional. Un niño metafísico viajando por el tiempo. Soy eterno, víctima y testigo del mal. Balanza moral de la naturaleza humana.

– ¿Quieres decir que yo no soy humano?

– Todo lo contrario. Soy más humano de todos ellos. El niño que suspira por jugar, con tener amigos e ir a la escuela. Nada de escarbar en vertederos, prostituirme o aprender a matar. Es muy sencillo. Tengo el derecho de disfrutar de ser niño. No sufrir por ello.

– Dices lo que pienso.

– ¿Sientes lo que siento?

– Supongo que también.

– Entonces tendrás ganas de mear. ¿A qué esperas para desahogar el pito?

La dualidad de mis risas me causó una borrachera etérea, un estado repentino ahuyentó mis miedos, creyéndome protegido por el sueño. Me imaginé dentro de una burbuja de jabón. De una ingrávida solidez bajo la gran catarata de espumosas injusticias históricas en contra de la infancia.

Inevitablemente, la burbuja estalló. Mientras Gozaba con devoción del vaciado de la vejiga (Micción urinaria; dato contrastado en las revistas médicas que Jewel trae de Freetown) En ello estaba; estábamos, orinando ambos yos contra el árbol, afinando la puntería, riéndonos como niños.

La desintegración de la burbuja de jabón llegó con una detonación seca y un tremendo rayo atravesando mi pecho. Una fuente de sangre regó mis pies y salpicó el árbol muerto.

Caí de rodillas, tras un par de segundos, me desplomé sobre la tierra roja y mi alma, consagrada a los dioses, voló como un pájaro junto con mi último pálpito.

La boca del fusil todavía humeaba cuando el francotirador apareció a la carrera, atravesando el camino en zigzag y lanzándose contra el suelo, atrincherándose en los escasos accidentes del terreno.

Actuando con movimientos rápidos y precisos, descubrió su arma en dirección a mi cadáver.

Mi cuerpo, vacío de vida, se sacudió al recibir el segundo impacto, contra el hombro izquierdo. Ya no había dolor del que quejarse. Eso lo sabía bien el tirador, quien, satisfecho por la prueba, se acercó a gachas sin dejar de apuntar por doquier a cada paso, preparado para cualquier eventualidad, pues en ello le iba la vida.

El combatiente llegó hasta mí. Iba uniformado de rebelde, mochila, cargadores de repuesto, fusil, pistola y machete enfundado. Botas de caña, y debajo de la visera de la gorra, camuflados por unas gafas de sol verdes, unos ojos alucinando.

En aquel momento, por razones obvias, este rebelde tuvo la sorpresa más grande de su vida. Cual estatua de sal. El encontronazo le hizo descuidar la guardia, una distracción que lo ponía en inminente peligro.

Sintió confusión y un sofoco aturdidor, la carrera junto al calor terminaron por marearlo. Se quitó la gorra para secarse la frente con la ancha manga de la camisa, y a continuación, las gafas, enturbiadas por el sudor.

Detrás de la máscara de camuflaje se escondía la cara de otro niño. Otro entre millones de niños, desde una punta a la otra del planeta, desde el principio de los días hasta el final de las noches. Niños.

Mi cara, mis ojos, mis manos, mis pies, mi piel negra. Aquel rebelde armado hasta los dientes era yo mismo. Sentí mi alma en el interior del cuerpo de aquel recién llegado. En el mismo cuerpo que se desangraba entre las botas militares. Solamente existía una única diferencia. Mientras uno vivía, el otro moría.

Como no iba a reconocerme, veía por sus ojos y oía por sus oídos. Su existencia era mi reflejo. Su corazón sentía lo que el mío.

Un tercer disparo acabó con el cuento.

¿Son peligrosos los videojuegos?

¿Son peligrosos los videojuegos?

5 comentarios leave one →
  1. 21/10/2010 20:42

    Bienvenida Curiosa, quedo eternamente agradecido por tus palabras y tu crítica benevolente de este relato. Eres muy amable.
    Es cierto que en demasiadas ocasiones olvidamos que estas cosas siguen pasando, y lo más triste es que lo olvidamos mientras nos distraen los medios de comunicación con lo que ellos quieren, dirigen y manipulan nuestros sentimientos a través de estas tretas tan miserables.
    Estos niños serán asesinos en potencia que a su vez asesinarán a otros niños cualesquiera. Y no nos volveremos a acordar de ellos hasta que no vuelvan a ser noticia o hagan una película, etc.

    UN abrazo

  2. La curiosa permalink
    21/10/2010 20:27

    La verdad increíble…muy lindo relato. Lo que hace que se me ponga la piel de gallina es pensar que esto pasa en la realidad. Que hay niños que en vez de estar disfrutando de su juventud andan matando a otros seres humanos, la gran mayoría por miedo. Son personas que no conocen o ellos. La foto de «Niño soldado» es fuerte. ¿Han visto los brazos de ese niño..? Son terriblemente flacos. Que terrible es el ser humano, que cruel que llega a ser. Y después dicen que somos los «Seres racionales» Es esto ser racional..?
    Sin palabras…
    Saludos..!
    Lari…

  3. letrasdeagua permalink
    07/04/2010 17:34

    Lo he impreso. Me declaro definitivamente incapaz de asimilarte directamente sólo con una lectura de pantalla. Es terrible que una no pueda pasar de largo pensando que es simplemente un cuento que ha escrito Eduard. Preciosa la foto de «Los Ojos de la Guerra». Has escrito [ignoro si te has dado cuenta] frases exquisitas. Entre todas ellas «su existencia era mi reflejo. Su corazón sentía lo que el mío». So Big. Abraçada.

  4. luli permalink
    01/05/2009 20:48

    Hey campeón!
    ja se que fa més de quinze dies, pero més val tard que mai. El relat está força bé -tot i que el fancotiradors no corren quan disparen, si corren ja no son fancotiradors- (t´ho dic més que res per que vegis que m`ho he llegit tot molt atentament).
    Ara estic començant a entendre alguns temes d’Africa, ‘es facil entendre el mal que fa la perversió occidental pero per veure la magnitud de la tragedia es millor coneixer també la idiosincracia africana (molt, molt curiosa i amb molts matissos)
    Que hi farem . Es lo que hay. Una abraçada.
    Luli

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