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DE GÉNERO VIOLENTO

La factura del teléfono fue el detonante. Lucia, negada para los números y ajena a las cuestas económicas, se gastaba (Cuando no fundía) el presupuesto mensual en lo primero que se le antojaba.

No era ninguna novedad las confrontaciones por el asunto, mes tras mes. Tenía la apremiante necesidad de identificarse como consumidora. Disfrutaba contemplando escaparates y yendo de tiendas; conversando con las dependientas, influida por una especie de empatía motivada por los años que trabajó como cajera para unos grandes almacenes.

Aquella mañana de principios de diciembre, José recogió el correo sobre las diez, al volver del bar. No es que fuera Manuel bebedor tempranero, la razón por la cual bajaba a la taberna tan temprano no era más que la de recibir los buenos días, una sonrisa o algún gesto amistoso. Siquiera por el café con el poquito de anís, pésimo aunque estimulante, ni por el bar, humilde y ajado, ni por sus parroquianos consagrados a la alta graduación.

El importe de la factura se cobró trescientos pavos. A las puertas de las Navidades, los regalos de los niños encima, los putos gastos extras, el encarecimiento de los alimentos básicos. La crisis.

Meros contratiempos para Lucia. Rebasados los treinta con un cuerpo de buen ver. Ambiciosa, hermosa y muy presuntuosa. Prisionera en su propia burbuja etérea. Matriculada en el paro laboral, perdida en la búsqueda de un trabajo adecuado a sus virtudes y necesidades.

«Prototipo moderno de ama de casa«. Llevar los niños al colegio; arreglada y elegante, siempre seductora. Conversando a través del móvil mientras ojea por el rabillo del ojo, con cierta malicia, a las demás madres.

La luz, el agua, el seguro, la hipoteca; y para colmo, la factura de los cojones. Manuel mutó de expresión al abrir el sobre y descifrar los números. Fue al exigir una explicación, cuando ella le replicó con faltas graves de respeto, habituales ya en sus respuestas. Brava y envalentonada, sufría accesos de ira. Enviándole literalmente a tomar por culo, reavivando rencores del pasado y sembrando quiméricos futuros.

Entonces a Manuel, la vista se le nubló y perdió el control. Víctima de unos nervios traicioneros, malherido en los sentimientos, imposibilitado para reprimir el impulso más primitivo.

No sería aquella la primera ocasión en que Lucía terminaba en el santísimo suelo, con moratones colaterales.

Lágrimas de Cristal

Lágrimas de Cristal

Se habían conocido en Madrid diez años antes, Manuel trabajando para una empresa de restauración de edificios y fachadas, Lucía de camarera en una cafetería de la zona alta. Ella venía desde Sevilla, buscando una oportunidad a la medida de sus sueños. Después de, por los caprichos del destino, justo en el chaflán donde hallábase susodicho café, un día de verano, sus corazones se fusionaron apasionadamente, para, a renglón seguido, jurarse amor eterno. Se casaron y encumbraron el evento trayendo al mundo dos gemelos sanos y hermosos.

Sin embargo, no resultó ser lo soñado. El transcurso inevitable de la vida diluyó los planes de ambos.

Manuel, como una fiera enjaulada, rondó por el comedor con el paso firme, sorteando muebles y el cuerpo recogido, en forma fetal, de Lucía; tirada sobre el mosaico del suelo, con las manos en la cara, lastimada en los labios y la mejilla izquierda.

Él cogió las llaves del cajón y se dirigió hacia el recibidor, donde la llamada de ella le detuvo un instante.

Ponte el abrigo que en la calle hace frío. – Dijo con la respiración agitada.

El portazo acabó con el duelo.

A pesar del frío de diciembre, las calles estaban abarrotadas de gente cargada de bolsas con compras. Las luces de colores entonaban el ambiente navideño. Villancicos en los altavoces. Un Papá Noel en cada esquina. La felicidad como objetivo de los comercios.

Horas más, Manuel tarde volvió a casa con un paquete, envuelto para regalo, de la librería del barrio. Después de colgar el abrigo se sentó en el sofá, junto a Lucía, y se lo entregó.

Espero que te guste. – Le costó decir.

Una novela de Paolo Coelho. – Exclamó ella al desenvolverlo, ahuyentando el rencor con un aire de triste indulgencia – Gracias cariño.

Tras unos minutos delante del televisor, ella le preguntó.

– ¿Qué quieres para comer?

Cualquier cosa. Me da lo mismo.

La televisión digital emitía anuncios de los juguetes infantiles que aportaban más felicidad. Al lado del aparato, un abeto de Navidad lucía intermitentes lucecitas de colores enredadas entre el ramaje. La maceta constituía la pieza más grande y alta del Belén, alumbrado por la estrella que seguían los Reyes Magos. Camino al puente que debían cruzar para llegar hasta el portal del Niño Dios.

Sonó el timbre de la puerta. Los niños entraron como un torbellino.

– ¡Hala! ¿Qué te ha pasado en la cara?

Preguntó a su madre la niña en la cocina.

–  Papá.

Dime Manolito. – Dijo Manuel, mal acomodado en el sofá, recomido por la conciencia y sus conjuntos. Atormentado por sus actos, arrepentido por sus reacciones. Aún a sabiendas que, en su vergonzosa opinión, la causa estuviera justificada.

– ¿Qué es el amor?

Preguntó el gemelo varón de ocho años. Dos minutos mayor que su hermanita.

– ¿Por qué preguntas eso?

Quiso saber Manuel, removiendo el cabello rubio del chiquillo, fino y sedoso. Acordándose súbitamente de cuanto quería a sus hijos. Advirtiendo quienes serían las verdaderas víctimas del desamor consumado. Reprochándose a sí mismo por anteponer su felicidad a la de los niños.

Porque en la tele, hacen un anuncio que dice que los teléfonos móviles te acercan a las personas que más amas.

En ese justo instante, sonó una melodía navideña, producida por el tono en la llamada al móvil de Lucía. Reiterante e infinita.

Navidad, Navidad, dulce Navidad, Navidad, Navidad, dulce Navidad…

Al final, ¿Quién crees qué paga los platos rotos?

Al final, ¿Quién crees qué paga los platos rotos?

7 comentarios leave one →
  1. Erika permalink
    20/05/2017 5:32

    es un buen material para trabajar con adolescentes

  2. 08/02/2012 8:58

    Amiga Danna, a tu pregunta directa, te responderé de igual forma. Incluso, como tu comentario, lo haré entre interrogantes.

    ¿La violencia de Género?

    Un abrazo

  3. danna permalink
    07/02/2012 14:46

    me encanta, cual es la idea principal que quieres transmitir con esto

  4. 31/12/2008 11:58

    Creo que si no fuese por tus agradecidos comentarios ya habría abandonado la historia del Blog.
    Manu, precisamos de editores buscadores de talentos desperdiciados.
    Por mucho que quiera hacerme el duro, tus comentarios me animan a seguir con el Blog.

    Gracias amigo.

  5. 30/12/2008 21:37

    Edu, vuelvo a leer este cuento que me dejo pasmado la vez que lo leí por primera vez y creo, que te envidio. Ya sabes, sanamente, pero podrías prestarme un poco de tu talento, que te sobre eh!!

  6. 19/11/2008 19:05

    Necesito más lectores como tu, es evidente. Gracias amigo, sé que lo dices de corazón y es algo que alimenta mi pobre autoestima.

    Gracias amigo.

  7. 17/11/2008 16:45

    Qué bueno Edu. Me quedo corto… Pienso, y estoy convencido, que deberías estar en todas las librerías. No es un cumplido ni un elogio de ocasión, creo que eres bueno, y no suelo equivocarme en mis juicios. Recibe un abrazo, de tu amigo argentino

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